Cardillo y la memoria |
Kutasy Merci |
Desde los primeros tiempos una de las características más emblemáticas de la humanidad es la memoria. Pero como el ser humano está condicionado y limitado en el tiempo, para perdurar la memoria temporal necesariamente tiene que plasmarse en el espacio. Son testimonios de esta espacialidad de la memoria los lugares conmemorativos de las civilizaciones más diversas, ya sean altares al aire libre, túmulos o estelas.
La huella espacial de la memoria narrativa documenta: su función es hacer tangible y presente la existencia del pasado que necesariamente tiene importancia –al menos para el que construye el lugar– desde la perspectiva del presente. El lugar de la memoria en su presencia objetual eterniza, para el tiempo.
En la obra de Rimer Cardillo este carácter temporal, la narrativa de los objetos está marcadamente presente, aunque a mi parecer no exactamente como algunos investigadores que estudiaron su obra, piensan. Lucy Lippard por ejemplo traza una analogía entre la actitud artística de Cardillo y la del científico (en su caso, Humboldt) que conviviendo con pueblos arcáicos documenta un segmento del pasado conmemorando así culturas antiguas, en vía de desaparición. Sin embargo si lo observamos desde cerca, encontramos que las copias de los animales no autóctonos en esta parte de Europa se hallan junto a piedras y tierra húngara, en el interior de un museo – es decir, en vez de la documentación fiel encontramos nada más su ilusión. No se trata entonces de la actitud del erudito, más bien del creador de ficciones – en vez de Alexander von Humboldt tenemos que partir entonces de Juan Carlos Onetti.
El escritor uruguayo en su novela titulada El astillero crea un ambiente artificial donde personajes vacíos están vagando en ambientes no menos vacíos (como indican los títulos de los capítulos, se trata del astillero, de la filagoria y de la casa); a la vez el héroe (o mejor dicho antihéroe) de El pozo, Eladio Linacero a los 40 años decide redactar –documentar– la historia de su vida sin acontecimientos, así: ”Esto que escribo son mis memorias. Porque un hombre debe escribir la historia de su vida al llegar a los cuarenta años, sobre todo si le sucedieron cosas interesantes. Lo leí no sé dónde.”
La estructura de las obras de Onetti se compone de capas superpuestas, al igual que los cupís de Cardillo: lo que importa no es la fidelidad documentarista, sino la construcción del lugar de la memoria hecha de descripciones escuetas (los hallazgos), el uso de una lengua dramática (luces, instalación) y de intertextos: trátese de Santa María, ciudad ficticia o la obra maestra, las ”memorias de Eladio Linacero” – ambas son las cuasi-documentaciones/justificaciones de una pseudo-existencia apenas justificable.
Los cupís expuestos en el espacio del Museo de Kiscell son, igualmente, pseudo-lugares ficcionalizados de la memoria. Las cerámicas que evocan fósiles de una fauna nunca existente en estos lares, la tierra, la piedra evoca automáticamente narrativas: trata de convencernos de que en este lugar efectivamente está funcionando la memoria, hay historias por documentar – nuestra presencia actual entonces forma parte de un continuum (en realidad jamás existente).
El propósito de generar ficciones retrospectivas así no es otro que dar sentido a nuestra existencia – aunque sea nada más dentro de los marcos temporales cortísimos delimitados por el arte; tiene que justificar, por tanto, por qué vivimos: aquí y ahora.